lunes, 15 de abril de 2013

RECORTA2


"Bruno y Gretel vieron a cientos de personas, pero había tantas cabañas y el campo se extendía hasta tan lejos, más allá de donde alcanzaba la vista, que daba la impresión de que debía de haber miles.
- Y qué cerca de nosotros viven – comentó Gretel frunciendo el ceño -. En Berlín, en nuestra tranquila y bonita calle, sólo había seis casas. Y mira cuántas hay aquí. ¿Cómo se le ocurriría a Padre aceptar un empleo en un sitio tan horrible y con tantos vecinos? No tiene sentido.
- Mira allí – dijo Bruno.
Gretel siguió la dirección que señalaba el dedo de su hermano y vio salir de una lejana cabaña a un grupo de niños y a unos soldados que les gritaban. Cuanto más les gritaban, más se amontonaban los niños, pero entonces un soldado se abalanzó sobre ellos y los niños se separaron e hicieron lo que al parecer les ordenaban, que era ponerse en fila india. Cuando lo hicieron, los soldados se echaron a reír y aplaudieron.

- Deben de estar ensayando algo – sugirió Gretel, sin tener en cuenta que al parecer algunos niños, incluso mayores, incluso los que tenían la misma edad que ella, estaban llorando.
- Ya te decía yo que aquí había niños – dijo Bruno.
- Pero no son la clase de niños con los que yo quiero jugar. Mira qué sucios están. Hilda, Isobel y Louise se bañan todas las mañanas, como yo. Estos niños parece que no se hayan bañado en la vida.
- Sí, está todo muy sucio. A lo mejor es que no tienen cuartos de baño.
- No seas estúpido – le espetó Gretel, pese a que le habían dicho muchas veces que no debía llamar estúpido a su hermano -. ¿Cómo no van a tener cuartos de baño?
- No lo sé – dijo Bruno -. A lo mejor es que no hay agua caliente.

Gretel siguió mirando unos momentos más; luego se estremeció y se dio la vuelta.
- Me voy a mi habitación a ordenar mis muñecas – anunció -. La vista es más bonita desde allí.
Y echó a andar, cruzó el pasillo, entró en su dormitorio y cerró la puerta, aunque no se puso a ordenar las muñecas enseguida. Se sentó en la cama y empezaron a pasarle muchas cosas por la cabeza.

Su hermano se acercó a la ventana y, mientras contemplaba a aquellos cientos de personas que trajinaban o deambulaban a lo lejos, reparó en que todos – los niños pequeños, los niños no tan pequeños, los padres, los abuelos, los tíos, los hombres que vivían en las calles y que no parecían tener familia – llevaban la misma ropa: un pijama gris de rayas y una gorra gris de rayas.
- Qué curioso – murmuró, y se apartó de la ventana."


El niño con el pijama de rayas- John Boyne.

 

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