RECORTA2
Llevaba malas noticias. Los últimos focos de resistencia liberal,
según dijo, estaban siendo exterminados. El coronel Aureliano Buendía, a quien
había dejado batiéndose en retirada por los lados de Riohacha, le encomendó la
misión de hablar con Arcadio. Debía
entregar la plaza sin resistencia, poniendo como condición que se respetaran
bajo palabra de honor la vida y las propiedades de los liberales. Arcadio
examinó con una mirada de conmiseración a aquel extraño mensajero que habría
podido confundirse con una abuela fugitiva.
-Usted, por supuesto, trae algún papel escrito -dijo.
-Por supuesto -contestó el emisario-, no lo traigo. Es fácil
comprender que en las actuales circunstancias no se lleve encima nada
comprometedor.
Mientras hablaba, se sacó del corpiño y puso en la mesa un
pescadito de oro. «Creo que con esto será suficiente», dijo. Arcadio comprobó
que en efecto era uno de los pescaditos hechos por el coronel Aureliano
Buendía. Pero alguien podía haberlo comprado antes de la guerra, o haberlo
robado, y no tenía por tanto ningún mérito de salvoconducto. El mensajero llegó
hasta el extremo de violar un secreto de guerra para acreditar su identidad.
Reveló que iba en misión a Curazao, donde esperaba reclutar exiliados de todo
el Caribe y adquirir armas y pertrechos suficientes para intentar un desembarco
a fin de año. Confiando en ese plan, el coronel Aureliano Buendía no era
partidario de que en aquel momento se hicieran sacrificios inútiles.
Arcadio fue inflexible. Hizo
encarcelar al mensajero, mientras comprobaba su identidad, y resolvió defender
la plaza hasta la muerte.
100 años de soledad-Gabriel García Márquez.
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