RECORTA2
-Vivías en territorio enemigo
–añade al fin-. En plena y continua guerra: sólo había que ver tus ojos. En
tales situaciones, las mujeres advertimos que los hombres sois mortales y vais
de paso, camino de un frente cualquiera. Y nos sentimos dispuestas a enamorarnos
de vosotros un poquito más.
-Nunca me gustaron las guerras.
Los tipos como yo suelen perderlas.
-Ahora ya da lo mismo –ella
asiente con frialdad-. Pero me gusta que no hayas estropeado tu sonrisa de buen
muchacho…Esa elegancia que mantienes como el último cuadro en Waterloo. Me
recuerdas mucho al hombre que olvidé. Has envejecido, y no hablo del físico.
Supongo que les ocurre a todos los que alcanzan alguna clase de
certidumbre…¿Tienes muchas certidumbres, Max?
-Pocas. Sólo que los hombres
dudan, recuerdan y mueren.
-Debe de ser eso. Es la duda la que mantiene joven a la gente. La certeza es
como un virus maligno. Te contagia de vejez.
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